LA TATA CAROLINA

 

Luego me senté ahí a escribir, imaginando en silencio
sonidos como los del amor después de larga abstinencia.
SEAMUS HEANEY

 

Dicen que no soy muy mayor todavía pero el próximo 17 de junio mis papis me van a tirar de las orejas once veces (con suavidad, eso sí, porque les partiré si no la cara a hostias). Pero a lo que iba. Resulta que ayer, lunes, chateando a las tantas de la madrugada con mis colegas de 6º C del Corazón de Jesús (sección repetidores), en concreto con Berti y la Vanessa, voy y me ponen al corriente de que el padre de él, todo un señor Abogado del Estado en paro desde hace veintiocho meses, guarda con celo en su portátil un surtido de fotografías eróticas antiguas, valiosas, muy valiosas. Hasta aquí nada extraordinario. Berti descubrió el tomate antes de ayer cuando el autor de sus días olvidó la puerta abierta del despacho y no se detuvo hasta conseguir meter en un lápiz de memoria la colección que ahora, de verdad, no sé por qué, nos empieza a dar que hablar. Nos emplazamos los tres anoche para visionar el contenido más adelante y pasárnoslo estupendo. No proseguiré sin antes presumir de que la franqueza escuece a las familias más que las brasas de un cigarro puro aplastadas en el ojo. ¿Por qué acabo de escribir tamaña tontería? Chilo sa. A mis padres apenas los conozco. Intentan involucrarme en una serie de artimañas que solo de pensarlo ya me produce una diarrea estival de la leche el mero hecho de esperar a ver cómo será la próxima de estúpida. Con ellos no hay manera. Sin embargo Berti y Vanessa son mi mundo. Precisamente Vanessa me practica las mamadas los jueves y los viernes a la salida del colegio, en el ascensor, detenido el cacharro entre el octavo y el noveno, (a pesar de que haya muy poquito que chupar, ella corrobora que llegará el día, a fuerza de probar y de probar, en que no le cogerá en la boca, tal como admiramos a diario en las películas) y luego, ya en su habitación yo le miro extasiado la teta y media (sí, subrayo lo de teta y media porque tiene una un poquitín crecida y la otra apenas si se nota) y le toco lo de abajo con el dedo y huele bien y sabe rico, a una mezcla deliciosa de churros y margarina con atún. No obstante, cambiando de tema, mis progenitores no tuvieron ninguna ocurrencia mejor que la de ponerme el mismo nombre de mi difunta hermana Adriana el día del bautizo. En masculino, por supuesto. La pobre pequeña se fue derecha al cielo con diecisiete añitos, reiteran hasta la saciedad las paredes de mi casa. También se rumorea por ahí que si no habría sido víctima de una enfermedad de esas que últimamente los telediarios definen como raras. Desde entonces a mis padres se les plasmó en el rostro, y en otros sitios que me callo, una pinta de sonados de lo más característica. Y eso que los vecinos de escalera apostillan, me supongo que para darles más ánimos si cabe, que son un par de profesionales de la salud magníficos (de la dental ella y él de la mental, añado por mi cuenta y riesgo). En lo que atañe a su aspecto físico, me quedaré corto si cotejo lo siguiente, una belleza la de mi madre comparada con la jeta de viejo y alucinado de mi padre. No insisto más porque a mí plin, yo soy de Usera que suele repetir sin gracia la Hermana Luzdivina, mi profe de Sociales, que dicen los mayores tiene un polvo. Aunque para hermanas, Verónica, la hermana adolescente de Berti, que no se corta un pelo a la hora de susurrar nada más nos pone el ojo encima que como no dejemos las gayolas el día de mañana permaneceremos igual que hoy, mórbidos y enanos. Nosotros no comprendemos sus jeroglíficos verbales, lo nuestro son las aceitunas rellenas. Así y todo alguna vez me ha parecido que me adora. En una ocasión, sin ir más lejos al cruzarnos en el pasillo de su casa, me aplastó el gorro con ternura. Y para proseguir con recursos narrativos poco habituales expondré que Paula,  la jovencísima madre de Vanessa, está para comérsela en su salsa con la vista. Es divorciada y la imbécil de mi madre no se cansa de insistir si coincidimos los tres en los almuerzos el domingo que Paula, la mami de Vanessa, es una mujer bastante fácil. Qué raro, cuando su hija y yo nos metemos en el cuarto para hacernos los deberes ella me observa con los ojos tristes, como queriéndome manifestar cosas oscuras, transmitiéndome ansiedades, sabiendo de antemano que yo sé. Bueno, eso, que a la hora que convinimos para encontrarnos en el parque con la Vane (las dieciséis y cuarenta y dos más o menos. Es cierto que en plena Educación Física rotatoria nos habíamos excusado ante la Madre Teresa, simulando las tres soberbias hemorragias de nariz. Descomunal la de Berti, a tenor de los alaridos que lanzaba el tío, lo mismo que si su padre le hubiera propinado un medio gancho de derecha y le hubiese borrado del hostiazo media cara), a esa hora, digo, apenas si pululan extranjeros por el parque. Seis ecuatorianos por allí, nueve marroquíes por aquí, catorce paraguayos y seis senegaleses, como mucho, y dos de Pakistán. Así que nos dedicamos mientras aguardábamos la llegada de Vanessa la tardona (subió a dejar la mochila, cambiarse el uniforme y a retocarse, de paso, el acné con efusión), a revisar las más de doscientas cartulinas que le consiguió fotocopiar del lápiz de memoria a primera hora Gumersindo, el portero del college, previo pago de la comisión gubernativa con el propósito de que no lo fuese cacareando por ahí el necio. En tanto en cuanto se sucedían ante mis ojos las escenas de un subido impresionante pensaba yo para mis adentros que no estaría nada mal vender unas pocas al personal de al lado a un precio razonable. Pero no.

(…)

 

De LA VERDADERA HISTORIA DE MONTSERRAT C.
Y OTROS RELATOS NO MENOS IMPOSIBLES 2016

 


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